De esta saldremos iguales (el gran apagón de 2025)
Recuerdo lo que estaba haciendo ayer, vigésimo noveno de abril del vigésimo quinto año (del tercer milenio) cuando aconteció el gran apagón que sumió a España en la sombra durante un periodo de tiempo totalmente variado, desde 20 minutos en el norte (hubo quien no se enteró porque estaba echando una siesta), hasta quince horas en lugares apartados como mi recóndito refugio.
Lo que un occidental cualquiera del siglo XXI siente cuando no puede comprobar las noticias, ver vídeos cutres en instagram, consultar su mensajería personal y en general acceder a voluntad a la información de forma instantánea va mucho más allá de la frustración. Todas estas interfaces están tan integradas en su memoria motora, que lo que sentirá será más parecido una amputación. Sentirá miedo, confusión y desolación.
Un apagón eléctrico a escala nacional incluye más problemas, claro. Por ejemplo, quedarse atrapado en un ascensor entre dos pisos, o en un tren en una región remota todavía no cartografiada por los humanos, entre Nuevo Albacete y Valencia del Sur. O aún peor, estar sometido a sistemas de soporte vital con baterías de respaldo cuya duración establecida por el fabricante llegaría a las doce horas hasta su fecha de caducidad, superada ya por cinco años.
Desde luego en España es un hecho insólito. Según un inmigrante consultado por este medio, “Esto en mi país no sería noticia. Dependiendo de quién gobierne, es habitual.” Para mí lo más destacable en este sentido es que las noticias muestran la realidad de los aspectos técnicos, políticos, los problemas de tráfico, o como mucho las anécdotas personales de y sobre viajeros abandonados. Nada de tragedias, nada de saqueos, asesinatos o caos.
Yo invertí una parte del día (tras entrenar), digamos, en prácticas de supervivencia y resiliencia del sistema. En este sentido no pude más que sentirme estupefacta al ver DE NUEVO a cantidad de gente transportando los socorridos bultos de doce o veinticuatro rollos papel higiénico, que deben tener una gran utilidad en cuestiones de supervivencia que desconozco.
Y de acuerdo que no es que fuese el momento más oscuro de la civilización humana de este páis. Todo el mundo podía acceder a agua potable, alguna lata de conservas caducada y las cosas que se estuvieran descongelando, así que no se dio un motivo de pánico muy allá... pero a fin de cuentas el pánico es pánico, no requiere ser razonable. Creo que en ese sentido la sociedad de este país es bastante pachorra y tiene una reacción serena en situaciones difíciles. De verdad creo que las gentes de por aquí no somos nada histéricos en este sentido, y aguantamos con cierto estoicismo. Mientras tengamos MUCHO papel higiénico.
Yo creo que uno de los motivos para la tranquilidad ha sido el benévolo día primaveral, con máximas de veintidos grados y mínimas de diez. Si esto ocurre en un día invernal con máximas de dos grados, y mínimas bien negativas, igual estaríamos teniendo una presencia de ánimo algo menos optimista. Y si estuviéramos en julio, con máximas de cuarenta y cinco grados, los pasajeros de los trenes habrían pasado un mal rato de narices.
Como digo, yo vivo en un pueblo en el que el suministro eléctrico no es tan estable como me gustaría, y tengo cierta costumbre a que las deficiencias del sistema me suman en la oscuridad energética y comunicativa durante periodos de tiempo más largos que quince horas. En este caso encendí uno pequeño transistor con carga solar y de manivela que me permitió conocer desde un primer momento la importancia del fallo. Y pasado el momento bulo en el que se afirmaba que afectaba a múltiples países europeos (eso sí que era inquietante) todo fue bastante neutro. Básicamente pasé las horas entre gente amiga con la que no me veo con frecuencia compartiendo algunos recursos y calmando los nervios del que tuviera algo más de miedito o estrés. Solo me faltó pelear con espaditas medievales para que fuera un día mucho mejor de lo normal.
Pero así como pienso que la sociedad española es bastante serena y tolerante con las dificultades en tanto que ocurran en meses de temperatura benévola, también creo que es miserable y hostil cuando los individuos tienen sus necesidades suplidas. Sería agradable pensar que superada esta crisis todos adquiriremos una mayor conciencia de nuestro ser, nos preocuparemos más por los demás y desarrollaremos un mayor interés por protocolos de supervivencia eficaces y finalmente fomentaremos sociedades cultas y preparadas, que no se dejan engañar por mensajes oportunistas y polarizantes.
Pero la realidad es que de producirse esta tendencia, durará aproximadamente un minuto. Después nuestra atención se verá totalmente disipada por las distracciones de internet, nos preocuparemos de que el de al lado no tenga más que nosotros, y compraremos cada día un montón de chorradas por internet que no necesitamos, mientras escribimos nuestro desprecio por quien opine diferente en los comentarios de cualquier noticia.
Yo no, ¿eh? No tengo dinero, ni cuenta con la que comentar.
Hasta el siguiente incidente.
Lo que un occidental cualquiera del siglo XXI siente cuando no puede comprobar las noticias, ver vídeos cutres en instagram, consultar su mensajería personal y en general acceder a voluntad a la información de forma instantánea va mucho más allá de la frustración. Todas estas interfaces están tan integradas en su memoria motora, que lo que sentirá será más parecido una amputación. Sentirá miedo, confusión y desolación.
Un apagón eléctrico a escala nacional incluye más problemas, claro. Por ejemplo, quedarse atrapado en un ascensor entre dos pisos, o en un tren en una región remota todavía no cartografiada por los humanos, entre Nuevo Albacete y Valencia del Sur. O aún peor, estar sometido a sistemas de soporte vital con baterías de respaldo cuya duración establecida por el fabricante llegaría a las doce horas hasta su fecha de caducidad, superada ya por cinco años.
Desde luego en España es un hecho insólito. Según un inmigrante consultado por este medio, “Esto en mi país no sería noticia. Dependiendo de quién gobierne, es habitual.” Para mí lo más destacable en este sentido es que las noticias muestran la realidad de los aspectos técnicos, políticos, los problemas de tráfico, o como mucho las anécdotas personales de y sobre viajeros abandonados. Nada de tragedias, nada de saqueos, asesinatos o caos.
Yo invertí una parte del día (tras entrenar), digamos, en prácticas de supervivencia y resiliencia del sistema. En este sentido no pude más que sentirme estupefacta al ver DE NUEVO a cantidad de gente transportando los socorridos bultos de doce o veinticuatro rollos papel higiénico, que deben tener una gran utilidad en cuestiones de supervivencia que desconozco.
Y de acuerdo que no es que fuese el momento más oscuro de la civilización humana de este páis. Todo el mundo podía acceder a agua potable, alguna lata de conservas caducada y las cosas que se estuvieran descongelando, así que no se dio un motivo de pánico muy allá... pero a fin de cuentas el pánico es pánico, no requiere ser razonable. Creo que en ese sentido la sociedad de este país es bastante pachorra y tiene una reacción serena en situaciones difíciles. De verdad creo que las gentes de por aquí no somos nada histéricos en este sentido, y aguantamos con cierto estoicismo. Mientras tengamos MUCHO papel higiénico.
Yo creo que uno de los motivos para la tranquilidad ha sido el benévolo día primaveral, con máximas de veintidos grados y mínimas de diez. Si esto ocurre en un día invernal con máximas de dos grados, y mínimas bien negativas, igual estaríamos teniendo una presencia de ánimo algo menos optimista. Y si estuviéramos en julio, con máximas de cuarenta y cinco grados, los pasajeros de los trenes habrían pasado un mal rato de narices.
Como digo, yo vivo en un pueblo en el que el suministro eléctrico no es tan estable como me gustaría, y tengo cierta costumbre a que las deficiencias del sistema me suman en la oscuridad energética y comunicativa durante periodos de tiempo más largos que quince horas. En este caso encendí uno pequeño transistor con carga solar y de manivela que me permitió conocer desde un primer momento la importancia del fallo. Y pasado el momento bulo en el que se afirmaba que afectaba a múltiples países europeos (eso sí que era inquietante) todo fue bastante neutro. Básicamente pasé las horas entre gente amiga con la que no me veo con frecuencia compartiendo algunos recursos y calmando los nervios del que tuviera algo más de miedito o estrés. Solo me faltó pelear con espaditas medievales para que fuera un día mucho mejor de lo normal.
Pero así como pienso que la sociedad española es bastante serena y tolerante con las dificultades en tanto que ocurran en meses de temperatura benévola, también creo que es miserable y hostil cuando los individuos tienen sus necesidades suplidas. Sería agradable pensar que superada esta crisis todos adquiriremos una mayor conciencia de nuestro ser, nos preocuparemos más por los demás y desarrollaremos un mayor interés por protocolos de supervivencia eficaces y finalmente fomentaremos sociedades cultas y preparadas, que no se dejan engañar por mensajes oportunistas y polarizantes.
Pero la realidad es que de producirse esta tendencia, durará aproximadamente un minuto. Después nuestra atención se verá totalmente disipada por las distracciones de internet, nos preocuparemos de que el de al lado no tenga más que nosotros, y compraremos cada día un montón de chorradas por internet que no necesitamos, mientras escribimos nuestro desprecio por quien opine diferente en los comentarios de cualquier noticia.
Yo no, ¿eh? No tengo dinero, ni cuenta con la que comentar.
Hasta el siguiente incidente.